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Camino a la escuela

  • estefaniasernar
  • 18 ago 2020
  • 3 Min. de lectura

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A las cinco de la mañana debía levantarse para dejar los oficios listos antes de irse para escuela. Pilar el maíz para la mazamorra, ordeñar las vacas y entrarlas al corral, hacer las arepas, entre otras. Pero lo que menos le gustaba era prender el fogón, especialmente cuando la leña estaba verde o mojada. A veces se ponía a llorar de la frustración. Su mamá la escuchaba sollozar y le provocaba levantarse a ayudarle, pero su papá no la dejaba. “Dejala que ella tiene que aprender”, decía.


Salía a eso de las siete de la mañana de su casa para emprender el camino hacia la escuela. Un viaje que tardaba más o menos una hora a pie. Iba descalza, pues los zapatos eran un lujo que solo se daban cuento iban al pueblo. Durante el trayecto iba jugando con sus otros hermanos y primos. Dice que así les rendía más el paso ya que apostaban carreras.


La niña de la que hablo es mi mamá. Ella nació en 1964 en la vereda La Aguada. La cual, aunque por distancia queda más cerca del municipio de Cocorná, hace parte del municipio de El Carmen de Viboral, oriente antioqueño. Estudió en la escuela de El Estío, donde la profesora Margarita Martínez les enseñaba primero, segundo y tercero de primaria a los niños de las veredas cercanas. Para terminar la primaria y hacer el bachillerato, debió irse a vivir al pueblo.


Hace tres años fui con mis papás a La Aguada. Después de dos horas en carro y tres horas en mula, llegamos al lugar donde quedaba la finca. Ya no hay nada, el monte se lo tragó todo. Encontramos unas pocetas (lavaderos) de cemento que mi mamá reconoció como de la casa de un tío que vivía cerca a su casa. Ella me mostró dónde quedaba la escuela. No entiendo cómo hacía para recorrer toda esa distancia en solo una hora. Yo tardaría más o menos tres horas sino es que antes me desmayo intentado subir esa pendiente.


El pasado 27 de julio fue sancionada la Ley 2033 de 2020, la cual busca mejorar las condiciones del transporte escolar en las zonas rurales. Esta le permite cierta a los alcaldes contratar servicios de transporte acordes a los contextos de la ruralidad. En lugares donde las personas se movilizan en chivas, canoas o mulas, no es posible cumplir, por ejemplo, con los requisitos de señalización y cinturones de seguridad que le son exigidos a los buses escolares en la ciudad.


Las personas del campo son quienes menos tienen garantizados sus derechos. El 94% del territorio del país es rural y, según el censo de 2018, en este habita el 22,9% de la población. Once millones de personas que siguen padeciendo el sesgo urbano, un modelo de desarrollo que se concentra en las ciudades en detrimento del campo. Por esto no es extraño que, según cifras del DANE para el 2019, en las zonas rurales haya un índice del 34,5% de pobreza multidimensional.


Aunque mi mamá me cuenta su historia en medio de risas y como un bonito recuerdo, ella también celebra la ley de transporte escolar rural. Pues solo entendiendo los contextos particulares del campo, será posible superar las condiciones estructurales de pobreza. Brindando acceso a servicios públicos y garantizando derechos.

A propósito del tema, les recomiendo estos documentales:


Camino a la escuela. (2013). Director: Pascal Plisson


Niños caminantes del Chocó. (2014). Director: Rolando Vargas.

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